Camino observando a los invitados que hablan en pequeños grupos, a lo largo del salón. Algunos me paran para saldar el pretexto de la noche; mi bienvenida a casa. A la mayoría no los conozco. Supongo que serán compañeros del club de campo de mamá.
Me siento en uno de los sofás, evitando las estiradas conversaciones de golf, padel y cenas benéficas.
—La fiesta divina—ironiza Cris. ¡Por fin han llegado! Media hora más en aquél ambiente y me convierto en uno de ellos.
—No me acordaba ya de las fiestazas de tu madre…—murmura Esther obsevando la sala. —¿Y de dónde han salido estos camareros? Ha hecho un casting, ¿o qué? ¡Qué calor!
—Tus hormonas y tú…—balbuceo levantándome.
—¿Vamos?—dice Cristina señaándo el jardín.
—Voy a por algo para sorportar todo esto… esperadme fuera.
Camino esquivando a la gente en dirección a la cocina, pero la oscuridad del pasillo ocasiona un choque que adivino poco casual.
—Bu-buenas noches Alma—es Rodrigo. Mucho tardaba en aparecer.
—Rodrigo…
—Llevo toda la noche buscándote… pensé que te habías ido.
—Cualquiera se va de la fiesta de mamá…—se ríe cómplice.
—Lo sé… me llamó esta tarde para asegurarse que venía. No sé de dónde ha sacado mi móvil—me dice tímido. Lo cierto es que es bastante “mono”.
—Ui… mi madre y sus contactos. ¡Lo que no pueda conseguir ella…!—vuelve a sonreír, y no puedo evitar sentirme incómoda. —¿Quieres venir fuera? Han venido mis amigas. Seguro que te lo pasas mejor que con la gente de allí dentro—asiente y me acompaña.
En la nevera, por suerte, quedan algunas cervezas. Rodrigo me ayuda y nos dirigimos al porche del jardín, donde ya nos esperan.
—Chicas; os presento a Rodrigo, un amigo de la família.
—¡Hombre! ¡Por fin nos conocemos! Así que tú eres el guapo de Rodrigo del que siempre habla Alma—la voy a matar. Carraspeo y Esther me mira compasiva.
—¡Encantada de conocerte Rodrigo! ¿Me han dicho que eres médico, no?—el pobre sigue la conversación avergonzado.
—Sí. El año pasado terminé especialización y ya estoy trabajando en el hospital.
—¿De verdad? ¡Qué suerte! Nosotras empezamos este año la residencia…—murmura Cris.
Parece que poco a poco va cogiendo confianza y la conversación se torna tranquila y amena. Rodrigo es pediatra, y nos cuenta anécdotas de sus años de residente.
—¿Y ahora en qué hospital estás?—pregunta Esther.
—En el Internacional de Benalmádena—mierda.
—¿En serio?—murmuro.
—Ahá. Estuve los dos últimos años de residente, y ahora me he quedado como médico del equipo de pediatría.
—¿Ese no es el hospital que te han dado a ti, Alma?—Cristina siempre hablando de más. —Asiento resignada.
—¿De verdad? No había mirado las listas de residentes. Pues podría presentarme como tu tutor, si te parece—me dice Rodrigo. Lo único que me faltaba es tener a Rodrigo todo el día detrás. La ilusión de mi madre.
—No-no hace falta que te molestes. Yo..
—¡Para nada! En cuanto vengas a inscribirte, hablo con mis compañeros para llevar tu residencia.
La suerte me acompaña. La fiesta se alarga hasta altas horas de la noche. Rodrigo se marcha con sus padres, prometiéndole a mamá que moverá todos los hilos necesarios para poder llevarme la especialidad, y las chicas se marchan también.
Subo a mi habitación cansada. Mañana a primera hora tengo que pasarme por el hospital y seguramente tendré a Rodrigo esperándome. Me refugio en la música para relajarme un poco. Sé que después de dormir cinco horas por la tarde, por muy derrotada que esté, me costará dormirme.
Y él es el que siempre me devuelve a la calma que necesito. Volteo el disco con cuidado y selecciono la pista número 7, una de mis canciones favoritas; Tanto. Reviso mi móvil, que lleva horas desatendido, en mi bolso, y encuentro mensajes de Angy, una amiga que conocí en las redes sociales. Le contesto enseguida.